martes, 25 de febrero de 2014

Sólo nos quedará callar


Así es” no es lo mismo que decir “Así sea”: Así sea es una sentencia moral, enuncia un deber ser en cuanto que tiene carácter normativo, dado por el imperativo del verbo ser. Pensándolo bien, constituye la enunciación radical de toda ley, sea ésta escrita o tácitamente establecida. Por lo tanto, como cualquier ley, desde “no pisar el césped” hasta las profundas y ancestrales que prohíben el incesto o la usurpación de los bienes ajenos, es una construcción sin cimientos, un castillo en el aire. Un absurdo. Una gilipollez.
No digo que la legislación no sea necesaria, al contrario, es fundamental. Pero carece de fundamentos, no tiene su razón de ser en la naturaleza intrínseca del ser humano - si es que hay una naturaleza intrínseca -, es decir, no somos seres morales. No se presenta en nosotros como algo innato, ni tiene el aura de sacralidad que tendencialmente se le atribuye; dudo mucho que un Dios nos haya implantado en el espíritu la semilla de la moralidad. Y mucho menos se presenta como algo ya dado en la naturaleza antes de nosotros. El concepto de “ley de la naturaleza” es una transposición del orden - absolutamente artificial - de dicha institución al caos desbordante que domina el universo, que de hecho nos es imposible de soportar. Nosotros leemos en la naturaleza algo como leyes necesarias, físicas, matemáticas, biológicas, etc.; pero sencillamente porque ese es el único esquema mediante el que la podemos - creo yo, ilusoriamente - comprender.
Digamos que la razón humana necesita legislar. Estructurar las cosas según un orden que es exclusivamente humano, y que no necesariamente se da en la realidad.


El único acto posible por nuestra parte de honestidad y coherencia es la constatación.
Bien, es cierto, el deber ser responde a la exigencia de vivir en comunidad. Sin reglas no hay sociedad que funcione, que sea tal. Y es que “los seres humanos somos seres sociales” de acuerdo, Aristóteles tiene razón. Pero eso no significa que nos podamos tomar la libertad de pensar las cosas como dentro de un cosmos, sólo podemos hacerlo con la conciencia de que todo orden fenoménico es un mero autoengaño. Y además, ¿qué significa esta definición clásica de ser humano? Pues que somos una panda de pringaos. Así es, admitámoslo.


La verdadera razón de la esclavitud es la libertad. 

– Hago un inciso, aclararé en seguida el sentido en el que afirmo semejante barbaridad; mi idea es usar esta especie de efectismo retórico para provocar la indignación, la extrañeza, la duda; para transmitir, a quien lea esto, la misma sensación que experimento yo al ver destruidos continuamente los que son mis valores y mis convicciones; porque soy la más idealista de las personas que conozco y vivo, por ello, en una continua frustración al sentirme cada vez más pequeña e incapaz, como ser humano, ante todo lo que me rodea. Cuanto más me empeño en entender algo, menos lo entiendo. Y es que el conocimiento no es constructivo, no es algo que se va acumulando dentro de nosotros ofreciéndonos puntos de amarre sólidos para la vida; todo lo contrario, es una gradual e inexorable destrucción. En esto consiste la paradoja de la crítica: poner en crisis todo para condenarse a la crisis, continua y creciente, cuyo fin potencial es el nihilismo más absoluto. Desolador, lo sé, pero es así como se vuelve uno humilde, cómo alcanza la conciencia de sí, de sus límites y de la precariedad de la existencia. Y opino que esta debería ser una aspiración universal, porque es odiosa la fatuidad y la arrogancia con la que el hombre pretende encasillar lo encasillable, juzgar y juzgar, imponerse como tirano conceptual del universo. Dicho esto, explico el sentido en el que entiendo que la libertad es, en último término, la razón de la esclavitud. 

Vivimos esclavizados, anclados a un concepto, el de libertad. La libertad es un concepto, como todo concepto, inventado, literario y especulativo. Libertad abstracta e inalcanzable en sí misma – no me estoy refiriendo aquí a la libertad política, en sus diferentes acepciones, ni al sentimiento irracional de libertad-. La libertad como cosa en sí, sin predicados, es inaccesible; es un incondicionado absoluto que carece de referente real. En el fondo no más que una idea, de las platónicas. Su ubicación el Hiperuranio de la fantasía. Si no tuviésemos a tal idea de libertad como referencia, no viviríamos la angustia de nuestra condición, no sentiríamos el peso de entender toda acción como reacción a una necesidad. No habría ambigüedad en el querer.


Cualquier concepto, en el fondo, es una pura quimera. No más que ficción, alejamiento de las cosas; al fin y al cabo, un mecanismo de defensa ante el sinsentido. El lenguaje proposicional es un sofisticado sistema de metáforas, porque sólo aludimos a la realidad mediante una transición, con un giro forzado que reduce cualquier cosa a símbolo. ¿Cómo es posible que el sol quepa en una sola sílaba? Cualquier cosa que digamos, incluso que nos digamos a nosotros mismos, contiene una metáfora, y esta abstracción del lenguaje conforma ineludiblemente el pensamiento: pensamos según leyes gramaticales infranqueables. ¿En base a qué entendemos la realidad como dividida en sujeto y predicado? Esta es la pregunta que se hizo Nietzsche; añado que esta reglamentación, fuera de la cual nada puede ser dicho, es el origen de toda forma de dualismo en la historia del pensamiento de la humanidad. Y no hay concepción de lo real que no sea dualista. No la hay.


Lo que pasa es que cualquier cosa que yo diga, por extraña o lógicamente contradictoria que sea, es más comprensible que el silencio.
Pongamos que me esté comiendo una manzana, de la manzana salga un gusano y entonces yo diga/piense “Este gusano es biunívoco”, por ejemplo. O que al tropezar y caerme sobre un enorme montículo de estiércol exclame “¡estética trascendental!”. O que mientras ceno con mi familia, amablemente le pida a mi madre “¿Podrías apagar la merluza, por favor?”
La reacción de los demás sería de perplejidad, hilaridad o molestia. Pero, al fin y al cabo, esa reacción sería la consecuencia del haber entendido el significado de las proposiciones que he enunciado, que no son más que juegos de palabras, combinaciones extravagantes de significado, imposibles lógicos, pero siempre e inexorablemente dentro del marco del lenguaje, cuyos límites, parafraseando a  Gadamer, son los límites de la parcela de mundo que podemos conocer.

Lo que no se entiende es el silencio. Y no sólo no se entiende sino que no se puede pensar, ya que en la medida en que hay un solo pensamiento, aunque no sea verbalizado, en nuestra conciencia, no puede haber silencio. En cuanto que pensado como “silencio” ya no es silencio. Y “silencio” es el concepto abstruso mediante el que aludimos a una “x” que se nos escapa, un indeterminado que va más allá de nuestra comprensión y que, por ello, nos abruma e intimida. El silencio no admite palabras y eso provoca en el hombre consternación, malestar y azoramiento. Ni siquiera podemos decirnos mentalmente “silencio” para tratar de sedar nuestra ansiedad enjuiciándolo dentro de los límites de su definición, sino que nos vemos obligados a estar-en él, con él, en su trance, abrumados.


* Hay mucho más océano que tierras, todo es y todos somos islas. Hay mucho más nada que algo, y ese algo que hay son ciudades de humo flotando, en el universo en expansión. No hay nada que sea sólido, nada que sea fijo. *


Me gustaría saber quién fue el desgraciado neurótico al que se le ocurrió la fantasiosa insensatez de la existencia del “destino” -que en la historia ha tomado la semblanza y los matices diferentes de “Tyché”, “Dike”, “Fatum”, Providencia, y un largo etcétera -. Cómo llegó la humanidad, en su delirio, a transformar el sucederse en alternancia y simultaneidad de instantes en devenir en una línea direccional, a medir el tiempo en horas y entenderlo a través de la imagen de un camino, de una escalera hacia el progreso, hacia la luz, la felicidad, hacia la verdad. ¡Nuestra ridícula existencia en la nada una ascensión hacia la verdad! Es una idea completamente descabellada y, sin embargo, a la que no podemos renunciar.


Le damos un sentido a las cosas, las articulamos en sistemas grandilocuentes de significado absolutamente arbitrarios. Y lo hacemos sólo por nuestro megalómano afán de dominar la realidad, afán que responde, a su vez, a una latente inseguridad, al humano complejo de inferioridad respecto al todo sin nombre.
Todos los hombres son niños que temen a la oscuridad, porque siempre es el caos de la noche el fondo que subyace a nuestra vida. Nos asusta lo inabarcable que nos conforma, nosotros, destellos minúsculos de luz artificial arrojados a las tinieblas.

Los hombres somos seres narrativos”; esta definición me gusta más que la aristotélica, porque es cierto que no somos capaces de vivir, solamente; sino que necesitamos entender la vida; y entendemos la vida sólo en medida en que nos la contamos como una historia. Todas nuestras historias como millones y millones de fascículos dentro del registro de la Historia de la humanidad.

En cierta ocasión un amigo me dijo que me caricaturizo demasiado, y que eso no es bueno porque tiene la consecuencia de que los demás no me toman en serio. Le estuve dando muchas vueltas, pero es que no puedo evitarlo, no lo hago a posta, supongo que es la única manera de la que dispongo para vivir dentro de mi vida/historia, que es la más exacerbada de las tragicomedias. Todas las vidas asumen en la reflexión introspectiva tonos literarios, pueden ser épicas, poéticas, clásicas, fantásticas, y pueden combinarse en ellas todas las posibilidades en distintas proporciones; y evidentemente, en función de ello las personas se dibujan a sí mismas como personajes, a los que nos referimos cuando intentamos definir lo que llamamos identidad. Y bueno, no hay que entender este show que ponemos en escena como algo malo, como algo enfermizo o inmoral. Sencillamente es así como funcionamos. Nos montamos la película e inauguramos nuestro vuelo gallináceo a través del vacío. No hay que tomárselo a mal. A mí me hace gracia.


Nuestros discursos, de los que no podemos prescindir, son el autoengaño sobre el que nos apoyamos para que no nos arrastre el huracán de lo inabarcable. Hablamos porque no soportamos convivir con el silencio profundo que es el núcleo esencial de todas las cosas, su ser profundo y verdadero. En rigor, sólo nos queda  la constatación sin más del Imperio de la Nada y de la Noche. Eso que sólo podemos vagamente percibir como acechando en nuestro interior, como la amenaza lejana de una sombra.


El silencio es la realidad.





jueves, 20 de febrero de 2014

Postales a Martina


Cómo me alegré de verte.  
Venezia che muore, adagiata sul mare. 
Y tú no te caigas cuidado, que la orilla resbala. Pero qué coño. No hay orillas. Es cierto. 
Sólo agua, qué imbécil yo preocupándome por la orilla y sólo hay agua. Por todas partes.
Es normal, me dirías. 
El cansancio tía, duérmete un rato en el tren.
Sólo quería sentarme y mirar por la ventanilla.

*

Transitar en línea recta a 300km por hora me relaja muchísimo. Por lo menos no tengo que andar, que me duelen las rodillas. Lejos atrás lejos, todavía, adelante y lejos fuera la lluvia cae. 
He visto la lluvia caer, pero lejos.
Todo ese silencio. Pensaba que el silencio es la distancia o algo así… ¿tú que opinas?
En el fondo da igual.

*

Pensaba que habría querido hacerme pequeña pequeña pequeña infinitamente; reducir mi tamaño hasta ser igual de diminuta que un microbio para poder nadar y nadar por los ríos de sangre de mis venas y ser. Sí, ser plenamente yo dentro y fuera de mi misma, habitando mi vida. Pero de pronto me di cuenta de la doble imposibilidad que ello suponía, ya que:

1. Es imposible que una persona reduzca su tamaño hasta ese punto.
2. Es imposible desdoblarse en dos yo. Y aun más que uno de ellos entre dentro del cuerpo del otro…

En fin, una gilipollez. Ya te digo, iba muy cansada. Y encima esa resaca…

*

Menos mal que el sol está mucho más arriba que las nubes, si no, tanta lluvia habría podido apagarlo. (En serio…eso pensaba).

*

Cuando nos cansamos de tirarle cacahuetes a los babuinos, decidimos secretamente soltar a todos los bichos exóticos. Nos habíamos aburrido de estar mirándolos sin más y si los soltábamos habríamos podido acariciarlos y jugar con los guepardos como si fueran gatitos. 
También nos dijimos que si nosotras nos habíamos aburrido de mirarlos ellos se estarían aburriendo aún más de ser mirados y tanto aburrimiento nos daba una pena tremenda.
Había que ponerle fin.
Que bonito fue ¿te acuerdas? fue precioso. Lo malo es que en agosto en Madrid hace un agosto tórrido y, desgraciadamente, al salir de su jaula climatizada, todos los pingüinos se murieron de calor. Martina y yo nos quedamos consternadas y afligidas, en silencio, mirando todos esos cadáveres de pingüinos deshaciéndose en la carretera.
Y yo entonces pensé, por primera vez, que la muerte es la cosa más terrible que podía pasarme. Nunca me lo había planteado, ese después de nada para siempre me pareció aterrador. Pero no te dije nada. Me preguntaba angustiada a mi misma “y entonces…¿para qué?
Por suerte a los pocos minutos olvidé esa pregunta para concentrarme en no recuerdo ahora que tontería que estabas haciendo.

*

Iba tan despistada que de repente me di cuenta de que había olvidado si estaba yendo o volviendo. ¿Y a dónde?
Qué mas da, si es que estaba en otra onda. Ya te digo. Feliz de haberte visto. No necesitaba más que la butaca del tren y la ventanilla. Que el tren no parase nunca. 
Nada más.










jueves, 13 de febrero de 2014

Nocturno nº6 (final)


                                  (...continúa)



************************************************************


Y no-entonces no-nosotros bailaremos, descalzos, una polka sobre los escombros miserables del sentido.

Tú sabes que sólo en ese no-entonces tiene cabida nuestro amor, nuestro amor indecente, nuestro amor intermitente. Nos amaremos sin haber hablado nunca, en el no-tiempo de un cruce de miradas, en un no-lugar-andén y tú en el otro lado: justo de frente, y luego pasa el tren.
Nos amaremos a través del cristal de una ventana, y en los cortos circuitos de electricidad, en los 2 minutos de retraso, en los nudos, en los fallos, en los márgenes de error.

Y siempre igual, después del fuego. Después de Todo, tanto Todo. Para nada. El olvido… -¿Tú también has perdido la memoria?- Nos cruzamos y los ojos miran por un instante al suelo. Todos lo movimientos a través de la neutralidad de nuestra vida eran la expresión vaga de un anhelo.

Nos amaremos en los huecos prohibidos que el sinsentido de nuestro tránsito nos deje. Agarrados a la imagen de dos rectas intersecándose en un punto, un solo punto diminuto en la extensión infinita del plano.

En un punto se condensará toda la belleza olvidada de un tiempo lejano. Una palabra, otra palabra. Tu siempre tan deprisa. El concierto en La Latina, una noche sin mañana. La cabeza en otro lado, yo sin rumbo, tu sin reglas-¡no, no me cojas de la mano!- tú y tu rabia, tu sonrisa, yo… yo dos tintos de verano.

Y así es que la vida será para nosotros saltar de un deja vú a otro, tratando de tejer la trama de una historia, pero desde un tiempo roto.
¿Quienes somos, a dónde vamos? En qué Dónde del (no)tiempo transitando en diferido olvidamos el sentido del Dónde y su sonido.



*************************************************************



Perdí hace muchas líneas el nexo en las palabras. La lógica no es cosa del decir ni de la vida.
Y el tiempo viene, luego vuelve.
Y se me olvida.
Pierdo el hilo
la medida
la mirada.
Me he quedado dormida
me he pasado de parada

la batalla está perdida.





 (FIN)







Foto: "Dónde" (S.I.)