Madrid, 21 de mayo 2015
Los demás no entienden. Nadie quiere hacer el esfuerzo de
entender. Sólo ladran, por que en realidad les da miedo lo que hay detrás de la
permanente cortina de humo que separa de todo lo otro. En realidad les da miedo
lo que hay detrás del muro. Y hablan, y hablan. Y hablan, y no dicen nada.
Sólo saben ladrar.
Pero tengo que decirte que son pocos los que aprecian –por
que la hay- la belleza que late en la deconstrucción, incluso en la
destrucción. En la crisis. Abajo todo y
fuera. Rompedlo todo, romped todo lo que esté entero, derribad todo lo que esté
en pie. Que nada de esto ya me sirve. Nada de esto es mío, nunca lo fue. Ya
me lo habían dado todo. Me sirvieron la realidad en bandeja; y por piezas en
cajas de Ikea, llenas de muebles con nombres finlandeses. Yo sólo tuve que
seguir las instrucciones y montar. Y qué bonito quedó todo, sí, pero ya no lo
quiero. Ya es escombros, ya no hay esa realidad. Mi estantería se llamaba
Billy, antes de que la destrozara a martillazos de furia; libros cayendo al
suelo como lluvia, libres de la prisión a la que Billy les condenaba.
Ya no hay esa realidad. No la quiero. Por que esta vida
prefabricada no conoce los límites a los que puedo llegar.
Me encontré cuando estaba casi muerta. Me encontré entre la
muerte y la vida cuando podía estar muriendo o volviendo a vivir. Es una
frontera invisible, es un horizonte precioso que la anestesia sólo te deja
apreciar tres o cuatro segundos. Y luego, sólo dormida, cruzas la frontera. Y
te vuelves a encontrar a ti. Sola en medio de un desierto de ruinas. Y me
pregunté si estaba viva o muerta, por que no había nadie y no había nada, sólo
esa luz. Y las ruinas. Y de pronto comprendí. Comprendí que estaba viva, que,
aunque sola, acababa de nacer de mis cenizas y que de esas mismas cenizas
volvería a surgir mi realidad, la mía, y de nadie más.
Fui estúpida y presuntuosa, o quizá temeraria al vivir sin
mañana y dejar que mi mundo se derrumbara encima de mi. Era demasiado bonito,
era precioso. No supe parar, no supe escapar a tiempo de mi propia
aniquilación. Fui temeraria al vivir sin mañana rozando la muerte, pero no
vivía. No vive el que no tiene horizonte, sólo busca, desesperadamente, sólo
puede buscar. Corriendo siempre. Busca respuestas que llegarán, ojalá alguien
me lo hubiese dicho, después, sólo después de haber olvidado las preguntas.
Y recuerdas el proceso: destrucción, construcción. Pregunta
y respuesta. Origen y fin. No hay fin, no hay nada de eso. Nada que importe más
que el mientras.
Mientras, nosotras viviremos con todas nuestras ganas.
Mientras tanto no. Mientras tanto los perros ladrarán, los cerdos seguirán
retozándose en su propia mierda y los burros seguirán tirando de pesados carros
de mentiras y bajando las orejas ante la vejación. Y tendrán éxito, lo tendrán,
en esta sociedad que es, tal y como escribe Orwell, una granja de mediocres
megalómanos. Ellos seguirán no viviendo y sólo funcionando, de la manera
planificada, y no sentirán ningún vacío, no sentirán ningún dolor.
Mientras tú, mientras yo. Sin muros ni cortinas que nos
enajenen del mundo. Saldremos y entraremos dentro de nosotras mismas, vomitando
monstruos , comiendo mariposas. Viviendo las metáforas que no se pueden
escribir, falsos poetas, sin antes haber vivido en ellas. Sentiremos la tierra
vibrar. Por que todo vibra, aunque sea muy despacito. Por que la vida hace
vibrar.