(...)
La libertad se
instala en los cimientos de la construcción del conocimiento humano. Esto hace posible un diálogo activo entre la conciencia y
el mundo, un hacerse recíproco del uno a la otra y viceversa, en un proceso
que, potencialmente, no tiene fin.
El conocimiento
es infinito en sí mismo y con respecto a la pluralidad de objetos y de matices en
un mismo objeto (conocido), así como a las diversas perspectivas que se dan
entre sujeto y sujeto (cognoscente).
Conciencia y
mundo se emancipan así de la vieja e inquebrantable "Dictadura del
Significado". Quedamos eximidos de la servidumbre, a la idea, de la contemplación
extática de las Esencias.
El devenir será
ley universal.
Nos asomamos febriles,
por vez primera, al abismo y al caos que habitan en nuestro interior. El abismo
y el caos que incesantemente imprimen la belleza al mundo, la diversidad, el
movimiento, su hermosa complejidad.
El mundo posee
una complejidad potencialmente inagotable en su estructura; por consiguiente
resulta potencialmente interminable el proceso de aprehensión de los objetos.
El conocimiento crece, se modifica o se especializa ilimitadamente: la relación
entre yo y lo demás es un intercambio vivo y constante. La conciencia vive
inmersa en el disfrute de las pluralidades, en contacto directo con las cosas.
(-El Ser de perfección estática del dualismo ontológico posicionaba las
esencias en un más allá inaccesible, imposibilitaba la participación en la
naturaleza profunda del Universo y el conocimiento experiencial de la cosa como
unidad: todo siempre era sólo mitad-).
Derrumbada queda
la totalidad del compendio de sistemas de significación; a polvo y ruinas
macilentas será reducida toda arquitectura conceptual.
Las palabras
remiten a conceptos, que remiten a cosas, realidades
experienciales que, en último término, se disuelven en la alteridad infinita y en
la corriente disolutoria del Devenir.
El lenguaje es,
en este sentido, un triple alejamiento con respecto a la realidad, una
progresiva abstracción hasta el símbolo, en ello consiste el reductivismo propio de toda significación
virtual.
Tengo razones
para pensar que pronto resultará imposible, para el hombre del mundo unificado,
incluso el acto de hablar. Nos será ajeno el Verbo, ¿Lógos? ¿Qué Lógos?
Contemplaremos
la palabra desintegrándose gradualmente hasta la más pura y luminosa vacuidad.
Y no nos quedara
más que callar.
Callaremos en la
inmensidad del espacio sin lugar, en la que todo es el mismo lugar. No-lugar.
No ahora no antes no después. Solamente constante y siempre, todavía.
(...)
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