jueves, 20 de febrero de 2014

Postales a Martina


Cómo me alegré de verte.  
Venezia che muore, adagiata sul mare. 
Y tú no te caigas cuidado, que la orilla resbala. Pero qué coño. No hay orillas. Es cierto. 
Sólo agua, qué imbécil yo preocupándome por la orilla y sólo hay agua. Por todas partes.
Es normal, me dirías. 
El cansancio tía, duérmete un rato en el tren.
Sólo quería sentarme y mirar por la ventanilla.

*

Transitar en línea recta a 300km por hora me relaja muchísimo. Por lo menos no tengo que andar, que me duelen las rodillas. Lejos atrás lejos, todavía, adelante y lejos fuera la lluvia cae. 
He visto la lluvia caer, pero lejos.
Todo ese silencio. Pensaba que el silencio es la distancia o algo así… ¿tú que opinas?
En el fondo da igual.

*

Pensaba que habría querido hacerme pequeña pequeña pequeña infinitamente; reducir mi tamaño hasta ser igual de diminuta que un microbio para poder nadar y nadar por los ríos de sangre de mis venas y ser. Sí, ser plenamente yo dentro y fuera de mi misma, habitando mi vida. Pero de pronto me di cuenta de la doble imposibilidad que ello suponía, ya que:

1. Es imposible que una persona reduzca su tamaño hasta ese punto.
2. Es imposible desdoblarse en dos yo. Y aun más que uno de ellos entre dentro del cuerpo del otro…

En fin, una gilipollez. Ya te digo, iba muy cansada. Y encima esa resaca…

*

Menos mal que el sol está mucho más arriba que las nubes, si no, tanta lluvia habría podido apagarlo. (En serio…eso pensaba).

*

Cuando nos cansamos de tirarle cacahuetes a los babuinos, decidimos secretamente soltar a todos los bichos exóticos. Nos habíamos aburrido de estar mirándolos sin más y si los soltábamos habríamos podido acariciarlos y jugar con los guepardos como si fueran gatitos. 
También nos dijimos que si nosotras nos habíamos aburrido de mirarlos ellos se estarían aburriendo aún más de ser mirados y tanto aburrimiento nos daba una pena tremenda.
Había que ponerle fin.
Que bonito fue ¿te acuerdas? fue precioso. Lo malo es que en agosto en Madrid hace un agosto tórrido y, desgraciadamente, al salir de su jaula climatizada, todos los pingüinos se murieron de calor. Martina y yo nos quedamos consternadas y afligidas, en silencio, mirando todos esos cadáveres de pingüinos deshaciéndose en la carretera.
Y yo entonces pensé, por primera vez, que la muerte es la cosa más terrible que podía pasarme. Nunca me lo había planteado, ese después de nada para siempre me pareció aterrador. Pero no te dije nada. Me preguntaba angustiada a mi misma “y entonces…¿para qué?
Por suerte a los pocos minutos olvidé esa pregunta para concentrarme en no recuerdo ahora que tontería que estabas haciendo.

*

Iba tan despistada que de repente me di cuenta de que había olvidado si estaba yendo o volviendo. ¿Y a dónde?
Qué mas da, si es que estaba en otra onda. Ya te digo. Feliz de haberte visto. No necesitaba más que la butaca del tren y la ventanilla. Que el tren no parase nunca. 
Nada más.










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