Cómo me alegré de verte.
Venezia che muore, adagiata sul mare.
Y tú no te caigas cuidado, que la
orilla resbala. Pero qué coño. No hay orillas. Es cierto.
Sólo agua, qué
imbécil yo preocupándome por la orilla y sólo hay agua. Por todas partes.
Es normal, me dirías.
El cansancio tía, duérmete un rato en
el tren.
Sólo quería sentarme y mirar por la ventanilla.
Transitar en línea recta a 300km por hora me relaja
muchísimo. Por lo menos no tengo que andar, que me duelen las rodillas. Lejos
atrás lejos, todavía, adelante y lejos fuera la lluvia cae.
He visto la lluvia
caer, pero lejos.
Todo ese silencio. Pensaba que el silencio es la distancia o
algo así… ¿tú que opinas?
En el fondo da igual.
*
Pensaba que habría querido hacerme pequeña pequeña pequeña infinitamente;
reducir mi tamaño hasta ser igual de diminuta que un microbio para poder nadar
y nadar por los ríos de sangre de mis venas y ser. Sí, ser plenamente yo dentro
y fuera de mi misma, habitando mi vida. Pero de pronto me di cuenta de la doble
imposibilidad que ello suponía, ya que:
1. Es imposible que una persona reduzca su tamaño
hasta ese punto.
2. Es imposible desdoblarse en dos yo. Y aun más
que uno de ellos entre dentro del cuerpo del otro…
En fin, una gilipollez. Ya te digo, iba muy cansada. Y encima
esa resaca…
*
Menos mal que el sol está mucho más arriba que las nubes,
si no, tanta lluvia habría podido apagarlo. (En serio…eso pensaba).
*
Cuando nos cansamos de tirarle cacahuetes a los babuinos,
decidimos secretamente soltar a todos los bichos exóticos. Nos habíamos
aburrido de estar mirándolos sin más y si los soltábamos habríamos podido
acariciarlos y jugar con los guepardos como si fueran gatitos.
También nos
dijimos que si nosotras nos habíamos aburrido de mirarlos ellos se estarían
aburriendo aún más de ser mirados y tanto aburrimiento nos daba una pena
tremenda.
Había que ponerle fin.
Que bonito fue ¿te acuerdas? fue precioso. Lo malo es que en
agosto en Madrid hace un agosto tórrido y, desgraciadamente, al salir de su
jaula climatizada, todos los pingüinos se murieron de calor. Martina y yo nos
quedamos consternadas y afligidas, en silencio, mirando todos esos cadáveres de
pingüinos deshaciéndose en la carretera.
Y yo entonces pensé, por primera vez, que la muerte es la
cosa más terrible que podía pasarme. Nunca me lo había planteado, ese después
de nada para siempre me pareció aterrador. Pero no te dije nada. Me preguntaba
angustiada a mi misma “y entonces…¿para qué?”
Por suerte a los pocos minutos olvidé esa pregunta para
concentrarme en no recuerdo ahora que tontería que estabas haciendo.
*
Iba tan despistada que de repente me di cuenta de que había
olvidado si estaba yendo o volviendo. ¿Y a dónde?
Qué mas da, si es que estaba en otra onda. Ya te digo. Feliz
de haberte visto. No necesitaba más que la butaca del tren y la ventanilla. Que
el tren no parase nunca.
Nada más.
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